https://www.youtube.com/watch?v=W8_zqYiKYPc
Este relato lo escribimos porque nos lo pidieron para que formara parte de un libro de relatos de distintas autoras. Al final, la pandemia ha paralizado definitivamente dicha publicación, así que, hemos decidido compartirlo con vosotr@s por si queréis utilizarlo en el aula.
A continuación transcribimos el texto completo.
EL PACTO SECRETO
La
muchacha entró en la vieja casa de su abuela, y desde el primer instante, se
sintió como en la suya. Le llamó la atención una fotografía que estaba encima
de la chimenea, y la cogió para verla mejor. La imagen era de una elegante joven
de cálida mirada. La volteó de un revuelo, y viendo que su reverso escondía un
escrito fechado de 1890, y un último dígito que no se distinguía muy bien, en
voz alta lo empezó a leer…
“A quién me esté leyendo le diré, que
el día de la fotografía fue un lunes muy especial. Por la mañana había quedado
con Carmela para ir al mercado, pero me busqué un pretexto para no salir con
ella y a primera hora me presenté en su casa excusándome. Para nada me apetecía
perder el tiempo viendo escaparates o hablando de inconexas trivialidades.
Hasta
ese mismo lunes había tenido la misma costumbre de salir con Carmela para estar
bien relacionada en sociedad y contarnos chismes de nuestros conocidos de alta
alcurnia. Pero ya no volví tontamente a ninguna de esas tiendas, y solo
nuevamente las frecuenté cuando realmente necesitaba comprar.
Para
mí, el tiempo siempre había sido un bien muy preciado. Hacía meses que había
iniciado mi vida con Tomás y de repente fue como si los días hubieran reducido
su duración y me faltaran horas para hacer lo que realmente me gustaba.
Tengo
que admitir que me costó adaptarme al matrimonio, pero tuve el mejor compañero
de vida que podía tener. Tomás me entendía a la perfección, y antes de casarnos,
selló conmigo ‘El Pacto’ en secreto.
Teresa
entraba a las diez horas de la mañana, y al marcharse, dejaba siempre la comida
hecha. Ya el primer día le dijimos que ‘La
Señora’, o sea ¡Yo!, no estaría ninguna mañana por la casa. Y Teresa no
preguntó más.
Me
había pasado meses observando cómo se comportaban los caballeros. Me fijaba en
sus corteses ademanes. Prestaba atención a sus gestos, andares y tonos vocales
e intenté memorizar muchos trozos de sus conversaciones, con el único afán de
guardarlos cuidadosamente para en el futuro utilizarlos en situaciones
comprometidas.
¡Y ese
día fue el día esperado! A las nueve horas de la mañana Tomás había dejado una caja
y distintas prendas de ropa de muchacho en nuestra habitación, así que inmediatamente
me puse esos pantalones, camisa y zapatos, me miré al espejo y gesticulé, tal y
como había observado a los hombres y mi marido me había enseñado.
Me
acababa de cortar el pelo para parecer un chico. Seguramente mi aspecto podría
horrorizar a la Carmela, o quizás asustar a la Teresa pensando que era un
ladrón pertrechando fechorías en casa ajena, y en contra de lo que pudiera
parecer predecible, me sentí más fuerte que nunca y sonreí.
Abrí
la caja para revisar lo que iba a ser mi postizo cabello largo en el futuro. Me
pareció fascinante poderlo utilizar al mediodía al volver a casa, para
convertirme nuevamente en ‘La Señora’.
Así que, metí la caja en el escondite del armario para que Teresa no lo viera, y
tras ponerme la gorra, salí a la calle recordando anécdotas de mi infancia.
Con
mi familia fui una obstinada rebelde. Ellos siempre me negaron todo aquello que
les consintieron a mis dos hermanos y nunca comprendí el porqué de aquella
discriminación. El repetitivo argumento que me decían era que debía comportarme
como Carmela y no tener tantos pájaros en mi loca cabeza. Pájaros en la cabeza ¡Qué
tontería! En realidad, todo lo que rondaba en mi cabeza no era otra cosa que un
montón de sueños junto a muchas ganas de salir de la opresora oscuridad que me
impedía conseguirlos, y a ellos destiné con ganas todas mis fuerzas.
En
segundos me vi caminando sola por la calle y todo me empezó a parecer distinto.
Al principio estaba tan concentrada en actuar correctamente, que tardé un poco más
de lo habitual en darme cuenta de que, con mi nuevo yo, era más imperceptible
que nunca. La gente se cruzaba conmigo, pero extrañamente, no coincidían
nuestras miradas. Ni ellos conmigo, ni evidentemente yo con ellos, y como un
verdadero chiquillo con revoleteadas mariposas estomacales, aligeré el paso.
Caminando
al trote llegué a mi destino. Me paré delante de aquel majestuoso edificio que
tantas veces había visualizado en mis sueños, abrí su puerta y sin vacilar
entré.
Se
oían voces.
Rápidamente
subí las escaleras, entré por la primera puerta de la derecha y me senté en
silencio. Como uno más, saqué mi lápiz y mi doblada hoja del bolsillo y, desde
aquel día, todo el tiempo que seguí yendo a la Universidad, me creí ser
Esteban.
Por
la tarde salí a pasear con Tomás. Nuestro ‘Pacto Secreto’ se había forjado con
mucho amor, y teníamos claro, que para poder terminar mis estudios debía seguir
totalmente camuflada entre los chicos.
Tomás
y yo nos juramos vivir en plano de igualdad en todo lo que pudiéramos. Él
conocía perfectamente cuál era mi lucha y en todo momento estuvo conmigo
ayudándome en mis proyectos, y autorizándome en todo lo que fuera menester. Él
sabía que para iniciar mi empresa debería formarme en cuerpo y alma."
AUTORA: Inma Aparici Sancho - @InmaAparici - Creative Commons attribution- Non Comercial-No Derivatives 4.0 - Imagen pixabay
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