diumenge, 26 de desembre del 2021

Relato corto: 'Los Nariz Pegada'

 




Todos iban corriendo de un lado a otro y me acordé del cuento ‘Alicia, en el país de las maravillas’. Miré a mi derecha y a mi izquierda sin vacilar, pero no vi ni gato, ni conejo alguno, ni menos reina alguna que me hablase gritando como una loca ¡Que extraño! Pensé.

En la esquina de esa misma calle, vi una hilera de personas inexpresivas que guardaban distancia exacta para adentrarse a un gran estadio y sus ojos delataban gran preocupación ¿Qué estará pasando? Me pregunté.

Sobrepasé caminando el estadio. Pensé que lo mejor era preguntar a algún policía, si es que coincidía, y de dicha forma saciar fehacientemente mis repentinas dudas, pero no pillé a ninguno por la calle.

Apresuré mi paso, y de repente me di cuenta de que no me acordaba a dónde iba. Ir debía ir a algún sitio, tal vez a mi casa ¿Mi casa? Y un gran hueco se abrió en mi estómago. Inspiré y con el poco aire que me entró en los pulmones proseguí mi camino a un destino de no saber a dónde.

Era agosto y mucha gente de la que conmigo se cruzaba llevaban media cara tapada con una mascarilla ¡Qué raro!

Me acordé de Pedro. Le dije un día que le iba a poner bozal como a los perros para que callase, y se enfadó. Otro día le dije que era un ‘animal’ y se enfadó más. Lo que estaba observando era todo un poco muy raro. Veía personas con bozales paseando a sus perros, que a pierna suelta, mostraban sus dientes sin obstáculo alguno. Me parecía estar en ‘El mundo al revés’.

Los que llevaban mascarilla, sudaban lo que no estaba escrito y nadie de los que la llevaban se la quitaba. Otros sin embargo, con cara de orgullo, iban caminando tranquilamente sin ella.

De repente se cruzó conmigo un transeúnte con nariz de Pinocho y mascarilla acoplada. Me hizo pensar que no era de fiar. Me di la vuelta para verle mejor y entonces me percaté de su rabo y grandes orejas ¡Al menos las gomas de la mascarilla no le saltarían fácilmente! No pude controlarme. Sonreí.

Los que no llevaban mascarilla inspiraban y expiraban profundamente de manera acompasada. Sus rostros eran distintos. Tenían nariz despejada, ojos enérgicos y semblante de gran satisfacción.

Sentí malestar, y provocando gran abertura en mis dos orificios nasales, intenté inhalar todo el aire que me rodeaba ¡Qué raro! Y sentí ahogo.

Y caminando, caminando, pasé por un bar. Las mesas estaban muy separadas, y por mesa, pocos eran los comensales que recogía. Sin duda, dichos negocios no podrían hacer el agosto con tales clientes, nunca mejor dicho, me dije a mis adentros.

Hasta ese momento no me había dado cuenta, pero nadie fumaba. Ni en los coches, ni en las calles ni en las terrazas de los bares y restaurantes, ni dentro de los mismos, y en dicho momento agradecí la gran fuerza de voluntad que tuve para dejármelo. Mejor. Lo que no es bueno hay que abandonarlo pronto. Tampoco estaba comiendo chicle. Con lo que siempre me ha gustado masticarlo. Me toqué la boca, ¡Y voilà!, en ese instante descubrí que, sin duda, yo también estaba llevando bozal, quiero decir, yo también estaba llevando mascarilla.

Volví a tocar la mascarilla y me pareció de tela. Y de repente tuvo un deseo desbordado de ver mi rostro.

Me vino a la cabeza el móvil.

-¡Igual si me hago un selfi!

Rebusqué en mis bolsillos en busca del móvil o de mi cartera. Esperaba encontrar información sobre mí ¿Quién era yo? ¿A dónde debía ir?

¡Los míos! Pensé con nostalgia ¿Llevarían mascarilla? ¿De tela? Y me dio mucha angustia. Igual tendrían rabo, orejas de burro y larga nariz, y el verlos me produciría gran vergüenza ajena. Inspiré como pude y proseguí. Mejor será no detenerse en nada, decidí.

Y caminando, caminando, pasé por supermercados, farmacias, estancos, panaderías y un sinfín de comercios más. Los clientes hacían fila fuera. Todos con distancia de seguridad y mascarilla. Y los que no la llevaban, entraban directamente sin pedir turno. ¡Qué raro parecía todo! Era como si un nuevo criterio de división de clases existiera, y ello me hizo más que pensar.

Estaba anocheciendo. Debía descansar y coger fuerzas para seguir buscando a los míos el día siguiente. Así que saqué del bolsillo de mi pantalón mi móvil, mi cartera y me senté en un rebanco del parque en el que me hallaba. Necesitaba explorar con detenimiento la información que allí constaba, y poder saber quién era yo. Sí, yo, y el hueco adormecido de mi estómago nuevamente se despertó.

Observé la foto sin mascarilla de mi DNI, un pasaporte adicional que ponía que el 31 de agosto tendría inmunidad y un billete de 50 euros ¿Inmunidad? ¿Inmunidad contra qué? Cogí mi móvil y busqué la dirección de mi casa. La leí y me levanté. Pero inmediatamente me senté. Me hice el selfi y me mire ¡Caramba! Me creía más joven.

Estaba desaliñado. Me repeiné con la mano el pelo y me bajé unos segundos la mascarilla. Estaba nervioso. Tenía la boca y garganta seca. No podía ni tragar. Me hice nuevo selfi, y abriendo la boca, inspiré nueva bocanada de aire mientras miraba el selfi de mi móvil, y justificadamente la boca sin poder cerrarse se desencajó.

- ¡Madre del amor hermoso!

Exclamé en voz alta. Tenía la nariz pegada. Los orificios de la misma estaban casi sellados ¡Malditas mascarillas! Seguro que ella es la causante de tanto mal. Seguro que hace mucho tiempo que la llevo. ¿Y los demás? ¿Estará toda la gente igual? No, toda no, porque los que iban sin ella no tenían la nariz pegada, que bien contentos iban sin ella.

Mi casa estaba a 10 minutos así que me levanté para disponerme a averiguar, esa misma noche, quién era mi familia.

Aún no había dado dos pasos, cuando vi una discusión entre los viajeros de un bus de la ciudad que estaba parado en el arcén. Parecía que estaban discutiendo para que los jóvenes se pusieran, de una vez por todas, las mascarillas, en caso contrario, parecía ser que los echaban del bus. Prueba de ello eran los dos jóvenes que estaban fuera del autobús profiriendo incesantes y claros insultos, al tener sus mascarillas bajadas cubriendo sus barbillas.

Seguí apresurando mi paso, cuando choque con un grupo de chiquillos que huían corriendo intentando no ser alcanzados por dos, ¿astronautas?, sí, astronautas diría yo, que encarecidamente y como si se les fuera la vida en ello, perseguían acaloradamente a los chiquillos.

-¡Poneros las mascarillas!

Repetidamente les pedían los astronautas.

Lo que estaba pasando debía ser serio.

Me paré un instante para observar a mi alrededor, y me percaté de que todo se movía con rapidez. Niños corriendo entrando juntos a las casas, como quién hace un delito, como quién no quiere ser visto. Ciclistas pedaleando sin parar en ambas direcciones, algún que otro coche circulando con pasajeros mascarillados, y como media docena de corredores ataviados con pasamontañas, que aprovechando el final del día, intentaban equilibrar su cuerpo, y alma, diría yo ¿O eran ladrones? También podía ser, y de repente mi vista focalizó gente inmóvil. ¡Qué raro! Volví a mirar, y con más detenimiento pude explorar una larga fila de gente de nariz pegada recogiendo comida de una furgoneta. Los mozos que la repartían, en cada entrega ponían sello a un cartón que cada uno que pedía portaba en su mano.

Torcí la esquina y la imagen de la plaza que se me ofreció era más que dantesca. Aquello parecía el resultado violento, aunque no sangriento, de una batalla campal. Parecían las ruinas de un atentado certero contra la humanidad, ya que de manera desordenada y sin respetar medida alguna de distancia social, la gente se aglomeraba sentada en el suelo dibujando intermitentes grupos.

Bordeé la plaza. Unos grupos lloraban. Otros mal respiraban. Muchos realizaban RCP a los demás, y en la puerta del Hospital se atrincheraba en horizontal un fila de astronautas que hacían triage a primera vista para poder asistir a los que lo necesitaban, sin que aquellos grupos transformaran el acceso del edificio en una indeseable cuello de botella.

Algo pisé.

Miré al suelo, vi que la calzada estaba toda adornada de insalubres mascarillas y corrí como pude aguantando el aire por no inspirar en aquel lugar más de lo necesario.

Correr tan deprisa parece ser que me desorientó. Atravesé varias calles. Un estadio de fútbol. Una plaza de toros. Y algún que otro teatro, discoteca y pub. Los carteles que leía sin parar los tenia inmortalizados en mi retina ‘Cerrado hasta nueva orden’ ¿Nueva orden de quién? ¿De los astronautas? ¿o serían ovnis? Y entonces me percaté de que no había visto ningún miembro que perteneciera a ‘Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado’.

- ¡Eh, tú! Sí, tú.

- ¿Yo?

- Ven aquí.

Y al acercarme, sentí un gran golpe en mi cabeza y perdí el conocimiento.

Desperté a la mañana siguiente. Estaba tumbado en el suelo y rodeado de cuatro personas mascarilladas que con ojos avispados me miraban fijamente.

- ¿Jorge? Te llamas así ¿Verdad? Aún no tienes la inmunidad ¿Lo sabes? Te falta poco. Si sales solo por ahí, corres mucho peligro. Tienes riesgo de que te roben la mascarilla y que inmerecidamente seas carne de cañón para todos. O que te roben los papeles y que debas volver a la casilla de inicio, solicitar nuevamente turno y ponerte el último en la lista de espera.

- ¡Silencio todo el mundo!

Y pusieron en la radio, las ‘malas’ noticias que diariamente eran dadas. Se hablaba de rebrotes, contagios, muertes, confinamientos, estado de alarma, ingresados en uci, colapso sanitario, desescalada, pandemia, vacunómetro, crisis sanitaria, curvas, olas, repuntes indeseados, pcr, vacuna, inmunidad, virus, restricciones de movilidad, desempleo, pobreza, transmisión por aerosoles y, entre otros muchos vocablos más, nueva normalidad. Y nadie cuchicheaba nada. El silencio era infernal, las caras de una seriedad dantesca, y sin poderme controlar, empalidecí y nuevamente perdí la consciencia.

***

Sonó el despertador y me levanté. Caminé asustado, como temeroso de algo que no sabía qué era.

Me fui al baño y lo primer que hice fue observar detenidamente mi rostro.

Me vi joven y en plena forma.

Tenía la sensación de que algo me había pasado la noche anterior. Que iba a pasarnos algo terrible en nada, y los recuerdos de lo soñado me produjeron como un vacío ahora redoblado en el estómago y corazón.

Me puse la ropa de deporte y salí a correr.

Eran las siete de la maña y la ciudad lentamente empezaba a despertar.

Se veían ciclistas haciendo deporte y distintos corredores que, al igual que yo, iniciaban enérgicamente su día.

Los autobuses de la ciudad circulaban por sus trayectos con total normalidad. Los pasajeros disfrutaban de sus viajes leyendo o escuchando música o radio con sus auriculares.

Nadie gritaba, ni nadie era perseguido por nadie.

No había ningún cartel anunciando cierre de ningún establecimiento, y el día se anunciaba espléndido.

Me quedé atónito cuando llegue a la plaza. Ni rastro de aquella explanada de grupos convalecientes en busca de los primeros auxilios sanitarios. Y un par de policías pasaron por mi lado realizando su labor matutina de control.

¡Era un día perfecto!

Volví a casa y me duché. Almorcé copiosamente unas tostadas con tomate y aceite y un café con leche y me vestí para ir a la Universidad.

Todo estaba como siempre. Grupos de jóvenes saludándose efusivamente con abrazos, besos y choques de manos. Parejas cogidas de la mano y algunas de ellas dándose efusivas muestras de afecto con besos e inocentes caricias.

En la Universidad los corredores estaban llenos de gente como siempre.

Se oían conversaciones alegres que se sobreponían a risas desinhibidas, y aunque eso era lo habitual en minutos anteriores a comenzar las clases, aquello me produjo una inusual inquietud.

Sabíamos ya de la existencia de un desconocido virus, pero todos queríamos mirar hacia otro lado.

Los medios de comunicación nos habían estado informando desde hacía ya un tiempo, pero no queríamos aceptar el riesgo que nos acechaba.

El virus es invisible y está no se sabe dónde. Lejos. Seguro que está muy lejos y es muy poco probable que venga a nuestro encuentro.

Eran días de confusión. De incertidumbre.

Empezó la clase de Microbiología. Nuestro profe vino ataviado con bata blanca, guantes, una mascarilla quirúrgica y un micrófono distinto al de todos los días. Se había traído un micrófono diadema con una mini batería recargable que llevaba como un sobre cinturón de sus pantalanes.

Parecía un científico loco con sus rizos desaliñados. Loco y torpe, pues la mascarilla le nubló uno de los ángulos de visión y con el pie izquierdo se pisó los cordones desatados de su zapato derecho y casi se rompe los morros contra su mesa.

Nosotros no nos reímos. Yo no sé qué estarían pensando mis compañeros, pero en mi caso, tenía unas ganas inmensas por escuchar cómo iba a comenzar la clase.

La empezó un poco distinta. Su voz graciosa y altanera, al utilizar el micrófono, se había convertido en más grave y carrasposa.

Nos dijo que igual era la última vez que nos íbamos a ver en mucho tiempo. Que un temible enemigo nos acechaba. Y nos dijo que nos pusiéramos la mascarilla que a cada uno nos había dejado encima de nuestro pupitre.

Nos miramos con recelo, pero así lo hicimos. Muchos esperaron a que se avanzaran sus compañeros y copiaron el protocolo de ajuste de las mismas.

Nos dio instrucciones de cómo íbamos a trabajar online para en el caso de que no regresáramos a las clases presenciales en todo lo que quedaba de curso. Que debíamos ser fuertes, constantes y disciplinados y seguir trabajando pese a todo pronóstico en contra.

Haríamos videoconferencias. Sin duda, muchas de las empresas también tele trabajarían. Mejor tele trabajar que cerrar puertas. Nos explicó que íbamos a vivir una crisis sanitaria que traería consigo una crisis económica sin precedentes, todo ello derivado de una pandemia vírica contra la cual deberíamos luchar.

La puerta del aula y todas sus ventanas estaban abiertas. Había fluida corriente de aire en todo el habitáculo. Aun así, nuestro profesor no se acercó a nosotros en toda la sesión lectiva. Nadie lo volvió a ver más. Dijeron que se puso enfermito. Que se contagió.

Al salir de la Universidad todo eran cuchicheos por doquier. En torno a este tema los había incrédulos y precavidos. Yo me encuadraba en este último grupo, pero intentaba distraer constantemente mi mente por no obsesionarme.

Quedé con mis amigos para salir, pero antes fui a comprar y a visitar a mi familia.

Me acerqué por casa de mis abuelos y me despedí de ellos con un fuerte abrazo y muchos besos. Como siempre hacíamos, pero esta vez con más efusividad. Y lo hicimos en silencio. Dialogando con nuestras miradas de corazón y con las ganas de que todo lo que estaba por venir fuera un mal sueño.

Nos íbamos a enfrentar a lo desconocido. Y al igual que antaño hacíamos en las ‘olas de frío’, me aprovisioné de comida y demás enseres a fin de estar abastecido con todo lo que pudiere necesitar. Y por si pasaba algo, compré con desmesura; jabón, gel hidroalcohólico, guantes desechables, lejía, harina, levadura y más papel higiénico que de costumbre.

Por la tarde salí con los amigos. Nos fuimos a tomar unas copas y a bailar a la discoteca. Tenía el corazón encogido. Observaba todo cuanto me rodeaba con gran atención, intentando memorizar todos los detalles ¡Era muy previsible que la escena no se pudiera repetir en mucho tiempo!

Aproveché todo instante posible, como lo haría aquel que sabe que no va a tener ningún mañana más.

Nadie sacó el tema del maldito bicho.

Estuvimos hasta las tantas de juerga. Todo eran risas. No queríamos pensar. Como si el mundo se fuera a terminar, aprovechamos hasta el último segundo de diversión.

A la madrugada cerramos el bar. Como buenos clientes. Como solíamos hacer. Estuvimos comentando cuáles eran nuestros planes de futuro. Cómo y dónde nos gustaría vernos de mayores ¡Qué raro todo! Fue una salida genial, como cuando no planeas nada y todo te sale bordado, cómo cuando sospechas que se avecinan cambios y te aferras al presente, como no podía ser de otra manera.

Todos éramos sanitarios y aquel día fue el último en el que todos estuvimos juntos.

Andrea fue la primera que desapareció. La pilló a pie de cañón y lo hizo con las botas de enfermera puestas y unos rudimentarios equipos de protección individual. El bicho la cogió desprevenida.

Juan padece secuelas persistentes que le merman diariamente su calidad de vida. Se está atemperando como puede a su nueva normalidad.

Ana y Esther actualmente están trabajando en el seguimiento de mutaciones y variantes del virus e investigando nuevas vacunas para obtener inmunidad de rebaño.

Los demás, seguimos en las trincheras. Trabajando en cuerpo y alma.

Desgraciadamente hemos visto morir a mucha gente, pero con el esfuerzo de todos, seguimos manteniendo intacta la esperanza de que todo esto se acabará pronto.


Inma Aparici Sancho

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dissabte, 18 de desembre del 2021

Narrando utilizando técnicas de asertividad

 


En primer lugar, repasamos cada una de las técnicas de asertividad (Desc, aserción negativa, disco rayado, banco de niebla o técnica del desarme...).

En segundo lugar, mediante role playing representamos cada una de dichas técnicas, para finalmente inventar una narración bien hilvanada utilizándolas todas.

Un posible inicio del relato podría ser el siguiente: 

    - Sara, integrante de nuestro equipo, trabaja a desgana. Al ser una crítica justa, díselo directamente.

    - Sara te contesta con una aserción negativa.

    -Tú utilizas la técnica DESC.

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dijous, 16 de desembre del 2021

EL PRINCIPIO DE PARTIDA DOBLE EN EL BALANCE



'El Principio de Partida Doble' y su relación con el Balance Patrimonial de una entidad, es muy buena actividad para reflexionar en el aula de EIE. 

Evidentemente, según sea la operación que realice la empresa se darán unas determinadas disminuciones y/o aumentos en las valoraciones de los elementos patrimoniales afectados, y estos elementos no siempre se relacionarán de la misma forma. Así podrán existir relaciones verticales y horizontales o cruzadas. Verticales, cuando, por ejemplo, se den interacciones dentro del activo, y de forma horizontal o cruzada, cuando un elemento patrimonial del Activo se relacione con otro elemento patrimonial  del Pasivo.

A continuación comparto una sencilla actividad, para relacionar las operaciones que puede realizar una empresa con este principio y su correspondiente cuantificación de su balance patrimonial. 

Imágenes de fuente propia.
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divendres, 3 de desembre del 2021

PROCESO DE ORIENTACIÓN PROFESIONAL EN VISUAL THINKING



PROCESO ORIENTACIÓN CON LA TÉCNICA 6X6 DE DAN ROAM

1. ¿Qué es?

El proceso de orientación profesional es un proceso dinámico y cíclico. Es un proceso de revisión constante, y siempre acompañado de formación y continuo aprendizaje.

2. ¿Cuánto?

El objetivo del proceso de orientación debe ser el conseguir trabajar, de manera satisfactoria, en aquello que nos guste.

3. ¿Dónde?

Para ello, necesitamos autoevaluarnos a la vez que necesitamos evaluar el sector profesional en el que queramos trabajar con el fin de comprobar que encajamos en él.

4. ¿Cuándo? 

De forma contínua hasta el final de nuestra vida laboral.

5. ¿Cómo?

Utilizando el DAFO y el CAME.

6. ¿Para qué? 

Para conseguir un trabajo en el que nos sintamos autorrealizados y con el que podamos desarrollar nuestra máxima madurez psicológica y laboral.


RELATANDO EL MAPA VISUAL DEL PROCESO DE ORIENTACIÓN PROFESIONAL 


En nuestro proceso de orientación comenzamos por nuestro autoconocimiento. Analizamos nuestras habilidades personales y sociales, nuestra inteligencia emocional así como nuestra personalidad, nuestros conocimientos, intereses y, entre muchas más cosas más, analizamos qué se nos da bien.

Evaluamos el sector profesional en el que queremos insertarnos y observamos si se trabaja en equipo o de manera individual, si se realizan las actividades en el centro de trabajo o hay que salir al exterior, analizamos si se producen bienes tangibles o se realizan prestaciones de servicios... y trazamos nuestros concretos objetivos personales, laborales y de tipo formativo.

Antes de ponernos en marcha para conseguir nuestros objetivos a corto plazo (segmento) o largo plazo (espiral), nos realizaremos una matriz DAFO y su correspondiente implementación de la matriz CAME para conseguir nuestro propósito. Detallamos como resultados, los siguientes ejemplos:

Nuestra debilidad interna corregida, se ilustra con la cara descontenta situada junto a nuestro cuaderno personal con propósito ya rectificado.

Nuestra fortaleza interna mantenida, es la cara contenta ubicada junto a un metro de escala puntuada a la máxima calificación de 10.

Las amenazas del exterior afrontadas, son las flechas que han sido rotas para que las mismas no nos dañen en absoluto.

Y las oportunidades del exterior explotadas, se representan mediante la bombilla que posee un corazón en su interior que enciende y pone en funcionamiento todo lo positivo del exterior que podemos aprovechar. 

Y seguimos con nuestro proceso de acción formativa de autoaprendizaje constante y de búsqueda de trabajo. Realizamos presentaciones, tests y entrevistas. 

Si no logramos insertarnos, evaluaremos lo que está ocurriendo y volveríamos a realizar las correspondientes actuaciones necesarias, y si al final nos insertamos, disfrutaremos de estar trabajando en la concreta modalidad escogida, bien sea por cuenta propia, bien sea por cuenta ajena o trabajo autónomo.


 (Actualizado el 27 de marzo)

Imagen de fuente propia.

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